Una persona que llega a tu consultorio con un cuadro clínico de cansancio, disminución de apetito, pérdida de peso, cambios en la piel, ictericia, edemas y sangrado digestivo puede tratarse de una cirrosis hepática.
Aunque la cirrosis hepática no es una patología común que nos encontremos en consulta, sí es una enfermedad que afecta la vida de muchas personas y, por este motivo, debemos aprender a diagnosticarla para brindar un manejo inicial adecuado al momento de realizar el acercamiento con nuestros pacientes.
Es importante resaltar que esta patología es la consecuencia final de múltiples enfermedades hepáticas agudas y crónicas que llevan a la pérdida de la arquitectura normal del hígado y a una disminución progresiva de sus funciones, convirtiéndose en un estado crítico para nuestro paciente. Aunque cualquier inflamación que se produzca en el hígado debe ser tratada con urgencia, existen varias causas que generan la cirrosis, entre ellas están el consumo excesivo de alcohol (cirrosis etílica o alcohólica) y la hepatitis crónica por virus C (cirrosis por virus C), las cuales son responsables del 80% de los casos de cirrosis en España y Latinoamérica.
Pero, ¿cuáles son sus síntomas y cómo identificarlos?
En muchos de los casos en los que se presenta esta patología, los pacientes en un momento inicial pueden ser asintomáticos; sin embargo, poco a poco empieza a manifestar cansancio, disminución de apetito, pérdida de peso, molestias digestivas y pérdida de masa muscular, siendo estos los primeros síntomas de alarma.
Además, cuando la enfermedad está avanzada, se presentan los siguientes síntomas:
- Ictericia: coloración amarillenta de la piel por la incapacidad del hígado de eliminar la bilirrubina de la sangre, siendo este el síntoma por el que más se consulta.
- Cambios en la piel: dilataciones vasculares, sobre todo en mejillas, tronco y brazos. Además, puede aparecer enrojecimiento de las palmas de las manos y pulpejos de los dedos. Las uñas tienen un tono más blanquecino.
- Edemas: acúmulo de líquido en las extremidades inferiores (edemas) y en el abdomen (ascitis).
- Facilidad para el sangrado: al fallar el hígado, es frecuente el sangrado por las encías, por la nariz y la aparición de hematomas con golpes suaves.
- Aumento de varices esofágicas y sangrado digestivo.
Cabe resaltar que esta patología también puede presentar un síntoma grave que se produce de las hemorragias internas, siendo esta una complicación común en nuestro medio de respuesta clínica inmediata.
¿Cómo darle un buen diagnóstico inicial?
Al momento de sospecha de Cirrosis Hepática, es importante hacer un buen diagnóstico y para esto debemos:
- Guiarnos en primer lugar de la historia clínica del paciente, identificando en ella factores de riesgo, antecedentes de uso de alcohol, fármacos, tratamientos de herbolarios y homeópatas y consumo de drogas; presencia de prurito en la mujer o historia familiar de enfermedades hepáticas.
- Exploración del paciente: presencia de lesiones cutáneas como las arañas vasculares = telangiectasias en los pómulos o enrojecimiento de las palmas de las manos.
- Estudios analíticos: alteración en el número de células sanguíneas, marcadores de la función hepática o de infecciones por los virus de la hepatitis B o C, entre otros, y estudio de la coagulación.
- Ecografía abdominal: permite el diagnóstico indirecto en muchos de los casos.
El diagnóstico directo de certeza se realiza mediante la biopsia hepática.
Ahora que ya conoces un poco más sobre esta patología, te invitamos a que compartas este artículo con tus amigos para que refuercen los temas médicos y a su vez avancen en su sueño de ser especialistas.