Los profesionales en medicina, por su trabajo, experimentan una profunda conexión con el
sufrimiento ajeno, haciendo que carguen con emociones que no les pertenece. Esta
acumulación puede manifestarse como ansiedad, insomnio, fatiga o incluso depresión.
Aprender a poner límites emocionales no significa volverse frío, sino preservar la salud
mental para seguir ayudando desde un lugar sano. Aquí te contamos algunas herramientas
que pueden guiarte a cuidar desde un lugar que se sienta seguro para ti:

  1. Reconoce tus límites emocionales
    Muchos médicos sienten culpa al no poder “hacer más” por sus pacientes, incluso cuando
    han hecho todo lo posible. Reconocer que no puedes resolver todo y que no eres
    responsable del desenlace de cada caso, es un primer paso para proteger tu bienestar. Hay
    muchos factores que influyen, como la respuesta del cuerpo de cada paciente, la
    adherencia que tus pacientes tengan al tratamiento que recomendaste, el momento en el
    que se hizo el diagnóstico, el avance de la enfermedad, y muchos otros. Por eso, es
    importante que mantengas presente que, a pesar de que haces todo lo que está en tus
    manos, no siempre los resultados van a ser los deseados.
  2. Cierra tu jornada con acciones que te devuelvan a tu presente
    Finalizar tu turno con acciones que te devuelvan al presente, como escribir una nota,
    cambiarte de ropa o hacer una respiración profunda, puede ayudarte a marcar el final del rol

médico y el inicio de tu tiempo personal. Este hábito envía una señal clara a tu cerebro de
que es momento de soltar y recargar energías.

  1. Nutre tus espacios personales
    Como profesional de la salud, es importante que nutras los espacios por fuera del hospital
    con actividades que te llenen emocionalmente, porque son los momentos en los que logras
    recordar que eres mucho más que tu profesión. Actividades, como el ejercicio, la lectura, el
    arte, compartir con tu familia o incluso el silencio, pueden ayudarte a restaurar el equilibrio.
    Recuerda que no todo en tu vida debe girar alrededor de la medicina.
  2. Aprende a decir «basta» con compasión
    No necesitas escuchar cada historia desgarradora fuera de tu espacio profesional. Si un
    paciente o colega intenta invadir tu tiempo libre con más preocupaciones, está bien poner
    límites amables pero firmes. Cuidarte no te hace menos humano, te hace sostenible en el
    tiempo.
  3. Busca contención profesional
    Hablar con un terapeuta o un grupo de colegas puede ayudarte a procesar lo que vives sin
    que se quede contigo. No esperes a tocar fondo para pedir ayuda. La salud emocional es
    como la física: prevenir siempre será mejor que curar. Recuerda que no tienes por qué
    cargar solo con el peso de las emociones, puedes compartir tus cargas para alivianarlas,
    despertar empatía en tu círculo más cercano y poder ver cada situación con otra
    perspectiva que te brinde más tranquilidad.
    Cuida lo que eres y haces por fuera del hospital, del turno; esa es la ruta de regreso a ti
    cada que las emociones de tu trabajo te abrumen. Recuerda, eres mucho más de lo que
    haces como profesional de la salud.